
Los que ya llevamos años de experiencia en el asunto, sabemos que es una situación realmente compleja, difícil de describir, confuso de vivir y un calificativo que se convierte en permanente, aunque ya hayamos anclado en puerto definitivo. No hay manera de migrar y no quedarse por el resto de la vida con el corazón “partío”; aunque vuelvas al lugar de dónde saliste o aunque te sientas feliz en el lugar donde te quedaste, tu mente y tu alma no tienen más remedio que aprender a vivir divididos. Una vez que te vas, una vez que llegas, eres migrante para los restos y la morriña* será tu más fiel compañera.
Migrar es como ser padres. No importa cuanta literatura leas al respecto, hasta que no lo sientas en tus carnes, hasta que no te lo pases por la piel, no podrás entender la revolución emocional que se desata dentro de quien lo está viviendo, incluyendo el miedo y la responsabilidad que aparecen implícitas con la situación.
Sigamos.
• Agradécele, te está dando nuevas opciones.
• Disponte a conocer su cultura, así será más fácil tu integración.
• Jamás hables mal de él ni de su gente, son tus anfitriones.
• Adáptate, el nuevo eres tú.
• Ámalo, es tu nuevo hogar!
• Agradécele, te ha dado todo lo que eres.
• Habla bien de él, recuerda que cuando lo hagas, ¡también estarás hablando de ti y de los tuyos!
• Siéntete orgulloso de tu gentilicio, las circunstancias por las que te estás marchando, no deberían restarle valor.
• Hónralo en tu corazón, de allí son tus raíces y lo que eres.
• Regresa cuando puedas, aunque sólo sea de visita y llénate de sus olores, sabores y amores; no le dediques demasiado tiempo a lo que no te gusta, será como cargar tu depósito de gasolina mala.
• Ámalo, ¡siempre será tu hogar!
Camina, detente, explora, vuela, regresa, haz lo que decidas hacer pero jamás olvides que el único viaje que te llevará al lugar perfecto es el camino hacia tu interior. ¡Feliz viaje a quien decida irse y feliz estadía a quien decida quedarse!